Con "Drive", el realizador Nicolás
Winding Refn ganó una merecida fama internacional y el reconocimiento de
distintos festivales, como el de Cannes, en el que obtuvo en 2011 la concha de
oro al mejor director. La película en la que Ryan Gosling interpretaba a un estoico
y misterioso conductor, no tardó en generar un gran número de adeptos,
alcanzando las categorías de cinta de culto y clásico moderno. Sin embargo,
este año el director presentaba su nuevo trabajo, generando reacciones
antagónicas a las que consiguió con su film precedente, provocando la incomprensión
y la indiferencia por gran parte de crítica y público.
Una vez vista la película, es inevitable pensar que la decepción generada, ha podido suscitarse por la expectativa de que “Sólo Dios Perdona”, supusiera una prolongación de su anterior obra, dado que se distancia bastante conceptualmente de aquella. No obstante, si el conocimiento del espectador sobre el trabajo de Refn, se extiende más allá de “Drive”, es probable que llegue a reconocer elementos comunes de su filmografía, que contribuyan a ver de forma más clara su evolución como autor. De este modo, el director opta por una narración sustentada principalmente en el poder evocador de sus imágenes, en la que los diálogos constituyen una herramienta suplementaria para contar la historia. Y es que, a pesar del uso en todo momento de localizaciones reales, el tratamiento visual planteado por Refn y su excelente director de fotografía, Larry Smith, consiguen impregnar al relato de una atmósfera onírica, mostrando un Bangkok de propiedades casi sobrenaturales, como una suerte de infierno de neón por el que deambulan sus atormentadas almas en pena. Todos los elementos de la puesta en escena, parecen dispuestos de forma que se consiga crear una experiencia sensorial, en la que la aparente simplicidad del argumento, contrasta con la ambigüedad del comportamiento de los personajes y el simbolismo que encierra cada imagen. Mucho se ha hablado también, sobre la explicitud de las escenas violentas, pero el realizador aborda cada una de ellas anteponiendo el gusto estético a la sordidez, dotándolas de una evidente fuerza poética. Y es que, a pesar del predominante tono nihilista que caracteriza a la película, cada plano presenta una indudable belleza que, inevitablemente despertará sentimientos contradictorios en el espectador.
A pesar de que uno de los mayores atractivos de la cinta, recae en la fuerza hipnótica de sus imágenes, sería erróneo eludir el resto de virtudes que presenta más allá del aspecto visual. Del mismo modo, aunque algunos han coincido en señalar que se trata de una obra en la que prevalece el estilo sobre la sustancia, la historia no está exenta de acertadas metáforas, que aún siendo planteadas de forma poco convencional, están cargadas de un profundo significado. Así pues, lo que en teoría se presenta como una trama arquetípica de venganza, termina por constituir un atípico relato sobre la penitencia y los conflictos que surgen en las relaciones materno-filiales, en el que las respuestas se plantean de forma inversa, a medida que se desvela la pregunta. Esta se construye en torno a los tres personajes principales, a los que dan vida Ryan Gosling, Kristin Scott Thomas y Vithaya Pansringarm. El primero de ellos, repite con Refn en su segunda colaboración conjunta, demostrando que el director ha sido uno de los mejores a la hora de aprovechar sus cualidades como actor. Aunque en un principio parezca que su personaje guarda similitudes con el que interpretó en “Drive”, no tardan en desaparecer las analogías al margen del hieratismo que ambos comparten, cuando lo que transmitía control y frialdad en aquella ocasión, se revela en esta como la castración emocional derivada por los complejos y la ira que bulle en su interior. El personaje de la madre, interpretado de forma magistral por Scott Thomas, en un registro que sorprende, por lo distinto que resulta respecto a lo que ha mostrado hasta ahora en su carrera, supone el verdadero antagonista del film. En su papel como la matriarca criminal inquisitiva y dominante, establece una edípica relación con Gosling, que resulta tan perturbadora como fascinante. Vithaya Pansringarm es sin duda el descubrimiento de la película, haciendo gala de un indudable magnetismo en pantalla. El actor muestra una gran capacidad a la hora crear una poderosa imagen en torno a su personaje, dotándolo de propiedades prácticamente etéreas y erigiéndose como una presencia imbatible que imparte su propia ley, del mismo modo que lo haría una deidad despiadada.
“Sólo Dios Perdona” se presenta como una de las experiencias cinematográficas más estimulantes de los últimos años, que plantea una forma primaria y visceral de hacer cine, cuyas imágenes y sensaciones perduran en la memoria días después de su visionado. Un trabajo que sirve para afianzar definitivamente a su director, como uno de los autores más importantes del cine contemporáneo. En definitiva: Una obra maestra.
Una vez vista la película, es inevitable pensar que la decepción generada, ha podido suscitarse por la expectativa de que “Sólo Dios Perdona”, supusiera una prolongación de su anterior obra, dado que se distancia bastante conceptualmente de aquella. No obstante, si el conocimiento del espectador sobre el trabajo de Refn, se extiende más allá de “Drive”, es probable que llegue a reconocer elementos comunes de su filmografía, que contribuyan a ver de forma más clara su evolución como autor. De este modo, el director opta por una narración sustentada principalmente en el poder evocador de sus imágenes, en la que los diálogos constituyen una herramienta suplementaria para contar la historia. Y es que, a pesar del uso en todo momento de localizaciones reales, el tratamiento visual planteado por Refn y su excelente director de fotografía, Larry Smith, consiguen impregnar al relato de una atmósfera onírica, mostrando un Bangkok de propiedades casi sobrenaturales, como una suerte de infierno de neón por el que deambulan sus atormentadas almas en pena. Todos los elementos de la puesta en escena, parecen dispuestos de forma que se consiga crear una experiencia sensorial, en la que la aparente simplicidad del argumento, contrasta con la ambigüedad del comportamiento de los personajes y el simbolismo que encierra cada imagen. Mucho se ha hablado también, sobre la explicitud de las escenas violentas, pero el realizador aborda cada una de ellas anteponiendo el gusto estético a la sordidez, dotándolas de una evidente fuerza poética. Y es que, a pesar del predominante tono nihilista que caracteriza a la película, cada plano presenta una indudable belleza que, inevitablemente despertará sentimientos contradictorios en el espectador.
A pesar de que uno de los mayores atractivos de la cinta, recae en la fuerza hipnótica de sus imágenes, sería erróneo eludir el resto de virtudes que presenta más allá del aspecto visual. Del mismo modo, aunque algunos han coincido en señalar que se trata de una obra en la que prevalece el estilo sobre la sustancia, la historia no está exenta de acertadas metáforas, que aún siendo planteadas de forma poco convencional, están cargadas de un profundo significado. Así pues, lo que en teoría se presenta como una trama arquetípica de venganza, termina por constituir un atípico relato sobre la penitencia y los conflictos que surgen en las relaciones materno-filiales, en el que las respuestas se plantean de forma inversa, a medida que se desvela la pregunta. Esta se construye en torno a los tres personajes principales, a los que dan vida Ryan Gosling, Kristin Scott Thomas y Vithaya Pansringarm. El primero de ellos, repite con Refn en su segunda colaboración conjunta, demostrando que el director ha sido uno de los mejores a la hora de aprovechar sus cualidades como actor. Aunque en un principio parezca que su personaje guarda similitudes con el que interpretó en “Drive”, no tardan en desaparecer las analogías al margen del hieratismo que ambos comparten, cuando lo que transmitía control y frialdad en aquella ocasión, se revela en esta como la castración emocional derivada por los complejos y la ira que bulle en su interior. El personaje de la madre, interpretado de forma magistral por Scott Thomas, en un registro que sorprende, por lo distinto que resulta respecto a lo que ha mostrado hasta ahora en su carrera, supone el verdadero antagonista del film. En su papel como la matriarca criminal inquisitiva y dominante, establece una edípica relación con Gosling, que resulta tan perturbadora como fascinante. Vithaya Pansringarm es sin duda el descubrimiento de la película, haciendo gala de un indudable magnetismo en pantalla. El actor muestra una gran capacidad a la hora crear una poderosa imagen en torno a su personaje, dotándolo de propiedades prácticamente etéreas y erigiéndose como una presencia imbatible que imparte su propia ley, del mismo modo que lo haría una deidad despiadada.
“Sólo Dios Perdona” se presenta como una de las experiencias cinematográficas más estimulantes de los últimos años, que plantea una forma primaria y visceral de hacer cine, cuyas imágenes y sensaciones perduran en la memoria días después de su visionado. Un trabajo que sirve para afianzar definitivamente a su director, como uno de los autores más importantes del cine contemporáneo. En definitiva: Una obra maestra.
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