lunes, 21 de enero de 2013

CRÍTICA: AMOUR

por Pablo Álvarez 


 


A pesar de coincidir con la opinión generalizada de que el último trabajo de Michael Haneke se trata de su película más "accesible", el cineasta ha vuelto a hacer todo lo posible para que saliera hecho polvo del visionado, como viene siendo habitual en su cine.


No hay que llevarse a engaño, "Amour" deja bastante claro desde su título que se trata de una historia de amor, pese a estar abordada desde el peculiar punto de vista del director, es decir, evitando un romanticismo convencional y sin hacer concesiones a la hora de mostrar el dolor que conlleva enfrentarse a las adversidades imprevistas, esas que por inesperadas, resultan mucho más difíciles de aceptar. El amor imperecedero entre la pareja de ancianos formada por Georges y Anne, resulta tierno y admirable, pero también profundamente doloroso cuando comienza su deterioro debido a los achaques inherentes a la ancianidad. Para hacer esto creíble, Haneke cuenta con las magistrales interpretaciones de dos veteranos del cine francés como Jean Luis Trintignant (Flic story) y Emmanuelle Riva (Hiroshima, mon amour). Las elocuentes y dolorosas miradas del primero y la transformación física de la segunda, los sitúan a un nivel interpretativo difícilmente alcanzable para alguien que carezca de tantas tablas como ambos. En sus interpretaciones se perciben sentimientos que únicamente son posibles de extraer por parte de personas, no ya con una amplia experiencia actoral, si no también vital. Isabelle Hupert, vieja conocida del director, interpreta a la hija del matrimonio, mostrándose unas veces distante y otras profundamente desconcertada y dolida, con la habitual calidad que la caracteriza.

Al igual que sucede en anteriores trabajos del realizador, hay instantes en los que la puesta en escena remite a la de una película de terror psicológico, provocando situaciones verdaderamente inquietantes en momentos en los que no deberíamos experimentar dichas sensaciones SPOILER (Resulta significativo el modo en el que el director mantiene el suspense durante el momento en el que Anne sufre el primer ataque, por no mencionar la escena onírica) FIN DE SPOILER. Siendo una película que transmite constantemente sensaciones, las imágenes resultan de una tangibilidad tal, que podemos percibir el ambiente enrarecido y la humedad de las estancias, algo a lo que contribuye la fotografía de tonos fríos del gran Darius Khondji. Es increíblemente efectivo el uso de la localización de la casa que hace Haneke para mostrar el estancamiento vital que se produce a partir de cierto momento, teniendo en cuenta que es prácticamente donde se desarrolla toda la historia. Desde "Repulsion" de Polanski no se había conseguido de manera similar, que un piso sirviera de reflejo de la debacle psicológica y emocional que experimentan los personajes. En cuanto a la dirección, resulta de nuevo inconfundible el estilo del cineasta austriaco para narrar. La cámara permanece casi siempre estática y distante a los personajes, sin resaltar ningún detalle, salvo en momentos puntuales, para evitar la manipulación emocional que podría haberse dado de haber enfatizado determinados aspectos. No obstante, lejos de propiciar el distanciamiento que podría darse a tenor de la frialdad de la puesta en escena, se crea una mayor sensación de realismo ante lo que vemos. De este modo el espectador deviene una especie de observador que forma parte de la acción, contemplando los acontecimientos sin poder ser parte activa de ellos.


Resumiendo, “Amour” es una película cuyo visionado no resulta una experiencia agradable y aún así creo que es tremendamente vital. Desde el punto de vista cinematográfico, se trata de una obra cuya calidad es indiscutible, sobre todo a nivel actoral, que nos muestra una realidad mucho más común de lo que nos gustaría. Una historia desgarradora por lo verosímil que resulta y a la vez una de las representaciones más sinceras de lo que supone el amor verdadero, como hacía tiempo que no se plasmaba en el cine. Haneke ha vuelto a ofrecernos un trabajo imprescindible, que nos recuerda el inexorable paso del tiempo y su irreparable efecto sobre las personas.

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