"El Hobbit: La desolación de Smaug" era una de las películas que más
esperaba de una saga, que ha llegado al punto de trascender su condición
fílmica, convirtiéndose en la celebración de un gran evento. Cuando se
analiza un film de estas características, hay que tener en cuenta
diversos factores. Por un lado, hay que contar con que esta es una
adaptación extendida, de un cuento que tal vez podría haberse trasladado
en un sólo film. Más aún contando con el prececedente de "El señor de
los anillos", cuyas entregas en papel, abarcaban de forma independiente
mucho más que el libro que sirve de base para esta nueva trilogía. Por
otro lado, el hecho de que en un comienzo se concibiera el proyecto como
un díptico, se nota en determinados instantes en forma de insertos,
cuyo peso en la trama tampoco supone tan determinante, como para que se
hubiera notado su ausencia dentro de la misma. Una vez dicho esto y
aceptando la visión de su realizador, la segunda entrega de las
aventuras de Bilbo y los enanos, se plantea más espectacular que su
predecesora y mantiene el mismo interés por la historia que cuenta. No
obstante, el film adolece del mismo tipo de problemas que suelen
presentar las películas, que se establecen como un capítulo intermedio,
dentro de una misma estructura dividia en tres. De este modo, la
sensación que se transmite es la de asistir al segundo acto de una
macropelícula. Si "Un viaje inesperado" servía como el inicio para
plantear el conflicto y presentar a los personajes y la próxima, "Partida
y regreso", mostrará presumiblemente un enorme clímax in crescendo, "La desolación de
Smaug" es el nudo que úne ambas partes. Tras un breve flashback, la
trama da comienzo situándonos en la acción, directamente en el punto en
el que concluía la anterior, por lo que se cuenta con que el espectador
tenga los conocimentos previos para entender lo que ocurre. Esto sirve
para corroborar la idea de que este no es un film que pueda disfrutarse
de forma independiente y de que lo que Jackson nos está ofreciendo, es
sólo una parte de las tres que engloban un todo, cuya duración
imposibilitaría la opción de disfrutarla de una sóla sentada. No
obstante, la decisión de prolongar el proyecto, es algo que finalmente queda reflejado en el ritmo de esta segunda entrega. Nunca llega a
resultar aburrida, pero en algún momento se percibe la sensación de que
el director no sabe como disponer los acontecimientos. A consecuencia de
ello, algunos instantes, como la presentación de Beorn, los aborda
con celeridad, mientras parece recrearse en otros, a priori más
livianos. Esto también se nota en el tiempo que dedica a determinados
personajes, consiguiendo que en algún momento algunos de ellos parezcan
haberse ausentado de la trama. Algo que también pasa de forma
algo desapercibida, es la patitura que acompaña a las imágenes. Teniendo en
cuenta que la composición corre a cargo del gran Howard Shore, se echa en
falta la misma energía que ha mostrado en el pasado, a la hora de
enfatizar la fuerza de las imágenes.
Sin duda el principal reclamo de esta entrega, la aparición del
dragón Smaug, se presenta tan espectacular como era esperado. Las
escenas que protagoniza son de las mejores de la cinta, mostrándose como
una imponente y majestuosa amenza, que transmite el carácter y la
gestualidad sinuosa conferida por la interpretación de Beneditch
Cumberbatch. Smaug supone un nuevo hito en la creación de personajes
infográficos, cuya perfección se debe tanto a la excelente labor de los
ténicos de Weta, como a la del actor inglés. Si el nombre de Any Serkis
ya permanece eternamente ligado al de Gollum, es de esperar que suceda
lo mismo con Cumberbatch tras esta película. Aparte del dragón, el film
presenta interesantes incorporaciones, como las de Luke Evans y
Evangeline Lily como Bardo y la elfa Tauriel, respectivamente. El
primero interpreta con solvencia un personaje crucial en el devenir de
los acontecimientos, mientras que Lily supera la dificil taréa de
resultar carismática, teniendo en cuenta que su incorporación contaba
con la desaprobación de los más puristas, al tratarse de un personaje
ausente en el libro. Por otro lado la presencia de Legolas, aún sin ser
indispensable, consigue añadir espectacularidad a la escenas de acción
en la que se ve envuelto, tal y como sucedía en la trilogía original.
En definitiva, "El Hobbit: la desolación de Smaug" supone otro viaje
satisfactório a la Tierra Media de la mano de Peter Jackson, a pesar de
tratarse de un film no exento de problemas. De cualquier modo, las
espectaculares set-pieces, el magistral diseño de producción y el
indiscutible encanto de sus personajes, son capaces de paliar la
sensaciones que transmite un metraje, que en ocasiones se antoja
excesivo. Teniendo en cuenta que nos encontramos ante el segundo acto,
de una misma obra de ciclópeas proporciones, se agradece que Jackson
mantenga el excelente nivel del anterior capítulo y nos deje impacientes
por disfrutar del siguiente y definitivo.
4 pepaçaos
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